Me quedo con tus sonrisas pícaras, tus caras de enojo, con
tus tecitos de invierno y con tus 96 años, que eran 95 pero vos ya nos habías
hecho creer a todos que eran 96.
Me quedo con esa voz inconfundible que todos los lunes y
jueves por la mañana me saludaba con un ¡buen día Pichona! ¡ hasta luego
Pichona!
Me quedo con tus gritos de ¡Nahuel, camine!, con tus manos
inquietas moviéndose en forma circular y con tu clásica frase cada vez que
llegábamos a fines de junio “ahora los días empiezan a alargarse, un minuto a
la mañana y un minuto a la noche”.
Me quedo con tantos momentos lindos que ya no encuentro más
palabras para expresarlos porque son muchos, muchísimos; y ahora empiezan a entremezclarse con lágrimas.