sábado, 23 de octubre de 2010

La dignidad del arte


Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con que. Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había nadie. Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y la boletera. Y, sin embargo, los actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue maravilla.
Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala. Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos

Eduardo Galeano.

sábado, 2 de octubre de 2010

Otra vez sábado y domingo

Primer sábado de octubre, sábado con gusto a domingo. Esta vez el domingo no espera al sábado y el sábado, tampoco al domingo. El sol comienza a asomar en el Vallle y el reloj de la Iglesia toca siete campanadas. La mañana está fresca y el sábado camina por las vías del tren con extrema lentitud. El domingo va por la vereda de enfrente con una caminata que se parece más a un trote. En una esquina se cruzan, pero ya no se reconocen.